DE CANGAS DEL NARCEA A AVILÉS
“La vida es como una caja de bombones, y
nunca sabes cuál te va a tocar.”
Teníamos
la sensación de que en nuestra cita anterior habíamos descubierto el bombón más
suculento, y éramos conscientes de la dificultad que tenía mejorarlo. Pero como
manda la tradición, debíamos seguir buscando la perfección.
Historia. Desarrollo.
Esta
vez, le tocaba el turno al cachopo de “Villa de Avilés”, situado en la calle
Marqués de Mondejar n. 4; entre los metros de Manuel Becerra, Ventas y
O´Donell. No es difícil encontrar la calle -al menos si vas desde “Manuel
Becerra”- y mucho menos encontrar el restaurante. Un letrero grande y verde
corona la puerta.
El que escribe no fue el primero en llegar, pero
tampoco el último.
Al
entrar, ya se da uno cuenta de que no va a comer sobre mantel de tela. La barra
a la derecha, y un salón espacioso que transmitía la sensación de que, en su
caso, tiempo pasados fueron mejores. Al fondo parecía haber otro salón, pero al
ser entre semana, estaba cerrado.
Cuando
la selección de balonmano marcó el gol a Dinamarca en el último minuto, nos
prepararon la mesa. Antes, habíamos tomado unas cervezas. Los miércoles tienen
una promoción en la que tomando cinco cañas -Mahou-, te invitan a la siguiente
-miau-. Digo esto último, porque la cuenta de las cañas se hace de forma manual
por parte del cliente en una tarjetita que te entregan con la primera, pero con
la algarabía del partido y la ilusión de volvernos a juntar, a más de uno se
nos olvidó actualizar la chuleta.
Mesa de madera. Fuerte, robusta. Mantel de papel, no
me equivocaba.
Iba a
empezar el partido de vuelta de copa de SM el Rey entre el Atleti y el BarÇa
cuando nos repartieron las cartas y pudimos ver el menú. Puede ser que como
lector/a, estos datos deportivos no te aporten mucho, pero si los recuerdas
sirven para describir las sensaciones que experimentamos en la cena. Un
comienzo con mucha ilusión, y a medida que avanzaba el partido, se iba
desinflando.
Andábamos
debatiendo sobre cuantos entrantes pedir y la cantidad de cachopos cuando al
abrir la carta descubrimos la gran variedad de estos últimos que había. La
sorpresa, al primer minuto de juego ;).
No es que hayamos visitado muchos sitios hasta la fecha, pero nunca nos habíamos enfrentado a una carta tan larga.... -”¿Y si los probamos todos?”-. La carcajada fue unísona y la respuesta, también: NO.
Tras
debatir cuáles serían los mejores y negociar qué quesos elegíamos, al final
ganaron estos tres: TERNERA C/ QUESO DE CABRA Y CECINA, TERNERA C/ CABRALES y
TERNERA C/ QUESO, JAMÓN Y PIMIENTOS. Para que al día siguiente no tuvieramos
que enviar demasiados faxes, decidimos pedir sólo un entrante: CHIPIRONES A LA
PLANCHA.
En
cuanto a lo que se iba a beber, ninguna duda. En “Villa de Avilés” tienen un
cubo de 3 sidras extraordinarias por 8,50 €.
Llegaron
los chipirones y con ellos el primer disgusto. Lo bueno que tiene cocinar a la
plancha es que respeta la materia prima y apenas tiene grasa. Pues bien, el que
hizo aquello no pensaba ninguna de las dos cosas. Además, lo completó haciendo
un sofrito de cebolla quemada para los tentaculos. Una lástima, porque el
tamaño de la ración era buena y los bichos estaban frescos. Quizás el
Dios de los chipirones debiera castigar a las manos que les hicieron acabar
así:
Unos culines y a seguir comiendo. Llegaba el turno del
plato estrella, el motivo de nuestras reuniones: EL CACHOPO.
Podría
pararme a describir cada uno de ellos, pero haré una valoración conjunta ya que
a través de las imágenes también os podéis hacer una idea. Todos venían con
patatas -¿caseras?-, pimientos asados -de bote-, y tenían el mismo tamaño
-mayor que un tenedor-. Su relleno también era generoso. El queso se fundía y
no salía sangre de los filetes al cortarlo.
Al cortarlos, nos dimos cuenta de que era muy difícil
que de allí saliese sangre -cosa que tampoco nos gusta-, ya que se debieron
pasar un buen rato en la freidora. Demasiado grasientos y demasiado fritos.
Tanto, que el rebozado se desmenuzaba y se separaba del filete.
Jamón y pimientos.
Queso de cabra y cecina.
Al
momento de meternos el primer bocado, todos coincidimos: “se les ha ido la mano
con la sal.” (Realmente fue un: “está salao de cojones”, pero prefiero
no transcribirlo ya que suena fatal). Pensamos que sería culpa del jamón, que
al freírse siempre da más gusto, pero no. Los posteriores también estaban
cargaditos.
Al cabrales.
A pesar
de ello, no quedó absolutamente nada en los platos a excepción de algunos
pedazos del rebozado. Y es que podremos tener el paladar más o menos
desarrollado, pero ninguno pecamos de mala educación.
Una vez
terminados los cachopos y las sidras, parecía que no quedaba lugar para
el postre. Parecía, porque debido a la amabilidad del propietario, al
pedir los cafés nos trajeron unos chupitos de yerbas con un pedacito de
tarta de chocolate para cada uno; así que tuvimos que hacer hueco. No por
hambre, sino como decía, por buena educación.
Desenlace y crítica final.
Llegado
el momento... ¿Qué hace un cachopero como tú, en un sitio como este? Pues lo
mismo que todo el mundo, pagar. Y no fue caro, la verdad. Con las bebidas
previas, las durantes, toda la comida y algún café, cinco elegantes
caballeros cenamos por 96,30 €, poco menos de 20€ por cabeza.
Como
habéis podido ver y leer, acabó siendo una cena generosa tanto en cantidad,
como en grasa y sal. Un placer para los endocrinos y los nutricionistas. Simplemente
como curiosidad, decir que fue tan, tan, tan generosa, que a uno de los
comensales se le hizo una argamasa en el intestino, lo que le llevó a tardar un
par de días en hablar con el sr. Roca.
Por
último, y parafraseando al gran A. Sanchidrián, el cachopo de Villa de Avilés
te lo recomiendo si te gusta hacer sopas de pan en la freidora y chupar sal.
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